El propio autor explica así su proyecto: “Tomé emblemas de la civilización soviética. Treinta y tres piezas. En correspondencia con el alfabeto cirílico. Porque se considera que el mundo fue creado con las letras del alfabeto. Los modelé a tamaño natural. Luego rompí las esculturas modeladas. Las enterré en la Toscana. Las desenterré varios años después. Y, de tal modo, obtuve una pátina natural. Fotografié todo el proceso de las excavaciones y filmé un vídeo. Los arqueólogos de Florencia estudiaron la composición molecular y nuclear de los metales, entregándome un certificado de autenticidad”.
Tras cruzar el balcón, el visitante desciende a las “excavaciones” y tiene la posibilidad de observar la exposición de cerca, transitando por un entarimado de metal. Las esculturas, semienterradas e virtuosamente iluminadas, impresionan profundamente, y resulta incomprensible saber qué estás mirando exactamente: testimonios materiales de la pasada época soviética u obras de un autor contemporáneo.
Esta exposición puede ser interpretada de diversas maneras. Por un lado, se puede asumir el concepto formulado por uno de los más reconocidos artistas rusos, y observar la muestra como “una investigación sobre cómo nacen, existen y se convierten en ruinas los mitos culturales, históricos e ideológicos”. Por otro lado, vale la pena abstraerse de la búsqueda de cualquier sentido y simplemente entregarse al placer estético de contemplar la dramaturgia magistral de la exposición y disfrutar la maestría del artista.
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