El general Li recorrió el mapa con sus ojos otra vez, como si esa reiteración pudiera ayudarle a encontrar algo que estaba buscando pero que no podía precisar exactamente qué era. Detuvo el movimiento de su cabeza al percibir la línea de fichas negras a su izquierda, formando un semicírculo sobre la cuadrícula dibujada en el papel gastado. Contrajo las mandíbulas e infló las mejillas, adoptando una expresión casi cómica, que sin embargo sus subalternos sabían interpretar muy bien como totalmente alejada del buen humor.
Levantó los ojos, encontrándose con la silenciosa presencia del Estado Mayor en pleno, que a su vez lo miraba en un racimo de caras cansadas y compungidas.
Li movió la boca con fastidio para soltar unas palabras arenosas, sin dirigirse a ninguno de los presentes en particular.
-¿Dónde está el general Yuan?
Los oficiales bajaron los ojos, sin atreverse siquiera a respirar.
-General Zei, ¿me puede decir porque no está aquí el general Yuan?
El aludido respondió, con un temblor audible tiñéndole voz.
-Fue tomado prisionero, señor. Él y lo que quedaba de la novena división.
Li cerró los ojos un instante. Por primera vez en su larga carrera militar, se sintió derrotado.
-Ese imbécil. ¡Le dije que no intentara sostener la posición, que iban a rodearlo! ¡Se lo dije!
Los bramidos cesaron, Li volvió a mirar el mapa. El semicírculo de fichas oscuras permanecía inofensivo e inmóvil. Todos en esa habitación sabían que era mentira, que las fichas avanzaban en el campo de batalla, acercándose indefectiblemente, cerrando minuto a minuto el cerco. La batalla más decisiva de sus vidas estaba a punto de comenzar.
-¡Nooo! ¡No, no, no, la puta madre! ¡Todo un ejército destruido, no te puedo creer, no te puedo creer!- Matías pateó una silla, que voló el corto trecho que la separaba de la pared del cuarto, quedando despatarrada sobre la alfombra.
-Te tiene rodeado. Perdiste a Yuan, tu mejor general. Te quedan cincuenta mil hombres muertos de hambre, cansados. Si te rendís ahora podés salvar algo aunque sea.
Matías, con la cara desfigurada de furia, miró a Gonzalo..
-¿Vos estás loco, rendirme ahora? Llevamos siete horas jugando, ¿y me venís a decir que me rinda? No, esto es a muerte.
La ventana de chat se iluminó, mostrando un manojo de palabras incomprensibles, que Matías y Gonzalo adivinaban cargadas de burla y desafío.
-Noruego de mierda, yo te voy a dar a vos.
Matías tecleó un breve “fuck you”, esperando enardecer a su enemigo e inducirlo a cometer una imprudencia.
-Esto lo doy vuelta, vas a ver. ¿Queda Coca?
Gonzalo sirvió un vaso, acercándoselo a su amigo.
-Alcanzame el frasco.
Matías aprovechó que su retaguardia, reorganizada, estaba conteniendo al enemigo momentáneamente, para orinar en el frasco que Gonzalo le alcanzó. Untó sus manos con alcohol en gel, las sacudió para secarlas, y retomó los controles de la consola.
-Voy a desviarme, veinte quilómetros adelante hay una ciudad. La saqueo y organizo una defensa ahí.
De repente, surgiendo detrás de una colina, dejando petrificados por la sorpresa a los dos amigos, los estandartes negros del ejército enemigo asomaron, acercándose con parsimonia. Matías tomó aire. La batalla decisiva iba a comenzar.
Pablo pestañeó dos veces, permaneciendo inmóvil en su postura, sentado con las piernas abiertas, los codos apoyados en ellas, y los dedos de las manos entrelazados.
-¿Y termina así? ¿No sabemos si Matías gana o pierde el juego?
Álvaro lo miró a su vez, como esperando que completara la pregunta, o la explicara.
-Sí. Es un final abierto. ¿Sabés lo que es?
-Sí, sé lo que es un final abierto. Es como dejar el cuento inconcluso.
-Deja en manos del lector imaginar o interpretar el final. Es un recurso que si se usa bien le da mucha fuerza al texto.
-¿Y tu preferencia por un final así tendrá algo que ver con tu miedo a tomar decisiones importantes, decisiones que cambien esa incomodidad de la que me hablaste la sesión pasada?
Una vez más, Álvaro se preguntó qué estaba haciendo ahí.
-No tiene nada que ver, a veces escribo finales abiertos y a veces cerrados. No estoy acá para que analice mis textos, se lo conté porque usted me lo pidió.
-¿No te parece que en tus textos podés encontrar claves o respuestas para ciertas cosas que no te animás a expresar abiertamente y que encuentran una vía de escape de esa manera?
Álvaro calló, cansado y fastidiado. En el fondo, sabía que Pablo tenía razón, pero no necesitaba pagar setecientos pesos la hora para que le dijeran algo que ya sabía.
Pablo se incorporó, pestañeando nuevamente tras el brillo de los cristales de sus modernos lentes.
-Dejémoslo por acá por hoy.
Alvaro estrechó su mano, y sin soltarla dijo:
-¿Sabe qué, doctor?-deliberadamente enfatizó la palabra doctor-; usted también desempeña un papel en una historia de la cual ignora el principio y el final, y que no puede alcanzar con sus técnicas ni sus manuales. Usted y yo, en cierto punto, nos movemos en un mismo plano, que se superpone y se entrelaza con otros, formando un entramado que no podemos ver ni interpretar, que sólo alguien fuera de esta habitación, de este edificio, de este mundo, sería capaz de descifrar.
No supo por qué dijo lo que dijo, como si algo o alguien distinto de su voluntad hubiera puesto esas palabras en su boca. Entonces, sin decir nada más, dio media vuelta y salió del consultorio.
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