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Shury. Terror en Buenos Aires
KulaMars
Ella corría rápidamente por el bosque, en una oscura noche de abril. Sus pies descalzos pisaban la hierba, quebrando ramas secas al pasar. Sus ojos, llenos de terror, miraban a su alrededor sin lograr visualizar nada. Su aliento, agitado y tembloroso, con un deje de llanto, formaba pequeños vapores en el aire frio cortante. Su pelo enmarañado se enredaba entre las ramas de los árboles que la hacían detener varias veces, mientas con sus manos temblorosas intentaba desenredarlos.
Muy cerca entre las sombras, se escuchaba una risa enfermiza, proyectando una locura infernal. Los pocos animales que habitaban ese lugar se escabullían al sentir ese olor a muerte que se acercaba. Allí en las sombras de la noche, la nítida luz de la luna llena dejaba ver el filo de un hacha, pegajosa por sangre y piel, que era arrastrada por aquel ser, que lucía una sonrisa lastimera, acompañada por unos dientes putrefactos y ojos desorbitados.
Ella se detenía varias veces pensando ¡Aún no es hora! Su camisón, que una vez fue de un celeste tranparente, estaba sucio, lleno de tierra, pasto y sangre seca. Shury, que una vez fue una alegre turista japonesa ansiosa por conocer Buenos Aires, ahora era como una hoja en el viento; tiritaba de frio y miedo, estaba aterrada. Sus manos apretaban su boca con tanta intensidad que uno podría pensar que se arrancaría la mandíbula. Los ojos brillaban por las lágrimas que caían, pero ella no dejaría que eso la atrapase; no ahora que ya había escapado.
A cierta distancia una especie de aullido, no de animal ni humano (ella lo sabía). Era eso que ya la había cazado una vez. Sus piernas cedieron ante el horror y cayó de bruces al suelo, recordando el rostro del hombre que sonreía amablemente mientras introducía su maleta en un automóvil negro con grandes letras blancas… “REMIS”… ella recordó esas letras dejándose llevar en ese instante. No debería haberse quedado dormida…
Gritos. Sus brazos y pies sostenidos por cadenas pegajosas. Olor a sangre y peste. Ese oscuro lugar que parecía un matadero la devolvió a la realidad.
Al darse cuenta de donde se encontraba todavía, volvió a cubrirse la boca con sus manos. Luchó contra sus propias fuerzas para no gritar. Se aferró a su último hilo de cordura y comenzó a caminar otra vez.
A poca distancia divisó la luz de una cabaña. Con respiración agitada y lágrimas en los ojos comenzó a correr. Corrió por su vida; sus pies, ya acostumbrados al suelo pedregoso parecían no sentir el pedazo de vidrio clavado por encima de su tobillo izquierdo. Ella sólo sentía un ligero pinchazo eléctrico, pero aun así no dejaba de correr. Volteó una sola vez, volviendo a su marcha tras escuchar unos pasos veloces yendo hacia ella.
La luz se hacía cada vez más grande a la vista de la joven, que sentía ya su mano posándose en la puerta, con su brazo estirado y sus piernas que ya no podían correr más. Dos segundos, sólo dos segundos y sus dedos tocarían el picaporte. Casi podía sonreír aliviada. Detrás de ella, una mano enorme la agarró del cabello estirándola hacia atrás. Sus ojos sólo distinguieron un filoso brillo, que se abalanzaba ferozmente hacia su cuello…
La luna brillaba tranquila sobre el bosque. Un rastro de sangre, tan espesa como la niebla en ese momento, llegaba hasta los pies de Shury, que estaban siendo arrastrados. Las prendas cubierta de sangre fresca. La pulsera de plata, regalo de su madre, se había quedado enganchada en una raíz, que le había cortado el brazo desde el codo hasta la muñeca.
El otro era sujetado por la criatura que tironeaba de él sin prisa. Aún tenía los ojos abiertos, y se podía admirar su última expresión al ser degollada. Aquella cosa deforme caminaba sin decir palabras, con su boca putrefacta, llena de baba purulenta. Se alejaba cada vez más en la oscura noche. Al final de su trayecto, esa cosa dejo escapar aquella risa que mataría de terror a cualquiera…
Pero no se preocupen amigos míos, esta es sólo una historia. De cualquier manera, cierren bien sus puertas y ventanas, porque nunca se sabe quién o qué puede estar acechándolos en medio de la noche.
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