El peronismo sufre, cada dos décadas, un complicado "déjà vú". Tras su llegada al gobierno, intenta invariablemente consolidar un poder omnímodo.
Cuando ve que eso es imposible de lograr en la Argentina, se encapsula y termina su ciclo de forma casi disparatada.
Los líderes justicialistas acostumbran a capitular tras mostrarse muy alejados de la realidad.
Los dichos de Cristina de Kirchner sobre el supuestos paralelo que existe entre la Argentina, Canadá y Australia no es menos hilarante que las ideas de Carlos Menem, en los años noventa, cuando le contaba a chicos de escuelas carenciadas cómo se viajaría por fuera de la atmósfera para llegar en solo dos horas al Japón.
El aislamiento del riojano en su decadencia es similar al de la actual primera mandataria o al de María Estela Martínez de Perón, cuyas decisiones antes de la llegada del caos también despertaron la burla popular.
En 1975, comenzó a regir el Impuesto al Valor Agregado en nuestro país y el humor popular inventó muy rápido un nuevo significado para la sigla: "Isabel Viene Afanando", se mofaban.
En su libro "Apold, el inventor del peronismo", la periodista Silvia Mercado recuerda lo que pasaba allá por 1955, cuando se deshilachaba el primer peronismo.
Narra que, tras el cierre compulsivo del diario La Prensa, los pocos diarios opositores que quedaban comenzaron a cuidarse eligiendo para ellos una forma sencilla para criticar a un poder casi total que manejaba la incipiente televisión, centenares de diarios en todo el país y el dial completo de las radios.
¿Qué hacía, por ejemplo, el matutino La Nación?
Se limitaba a colocar entre sus noticias más destacadas las barrabasadas e incongruencias que decían los más altos funcionarios nacionales, en un guiño tácito hacia sus lectores, quienes descubrían el entrelineas con naturalidad.
En el 55, en el 75, en los noventa y en la actualidad, asistimos a la degradación patética de procesos que se creyeron eternos y terminan de la peor manera.
En su libro "El Final", Pablo Mendelevich explica por qué gobernar desde la Casa Rosada es muy complicado, pero más difícil aún es dejar sus oficinas.
Los epílogos de nuestros gobernantes en el último siglo han sido invariablemente malos.
El cierre de Cristina amenaza con ser cruelmente desopilante.
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