EEUU Y SU PLAN EN LA REGIÓN

No nos une el amor, sino el espanto

DOMINGO 29 DE MARZO DE 2015


USA viene por Venezuela o por Brasil?


No nos une el amor, sino el espanto

A principios de marzo, Estados Unidos afirmó que veía en Venezuela una amenaza para su seguridad. Días más tarde, los sectores más rancios de la población brasileña salen a la calle, con carteles en inglés para que “el mundo” entienda, pidiendo la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Sería ingenuo aislar los hechos cuando de analizarlos se trata. Menos aun teniendo en cuenta la política exterior del norte en los últimos años.

Por Isabel Prieto Fernández


Todo empezó el 9 de marzo, cuando el presidente Barack Obama emitió una orden ejecutiva por la cual se declaraba al gobierno de Venezuela “una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de Estados Unidos”.


En realidad, la medida fue tomada contra siete funcionarios venezolanos a los que se les congelaron cuentas y bienes, por lo que, en una mirada superficial, se podría dirigir una mirada acotada sobre la medida. Sin embargo, la experiencia histórica ha enseñado lo que significan este tipo de órdenes ejecutivas. Por ejemplo, la campaña de sanciones y bloqueo a la República Islámica de Irán comenzó con una orden similar, librada contra Mohamad Nazemzadah, acusado de mediar en la compra de un botón de resonancia para un hospital iraní recientemente reformado. Es decir que estas órdenes que suelen emitir son una pátina aparentemente ingenua y personalizada, pero el mundo sabe lo que viene después. Por lo mismo, no le falta razón al presidente de la Asamblea General bolivariana, Diosdado Cabello, cuando afirma que la misma “representa la antesala de un ataque militar al país”.


La trampa


En el año 1976, Estados Unidos sanciona la ley que instituye el Estado de Emergencia y desde entonces se han emitido 53 órdenes al respecto. La primera fue decretada en 1979 por el entonces presidente Jimmy Carter y entre otros países damnificados se cuentan Libia, Somalia, Yemen, República Centroafricana, Ucrania y Sudán del Sur. En diferente grado, la historia posterior es elocuente acerca de los resultados de estos “inocuos” actos de gobierno del país que cuenta con el mayor potencial bélico del planeta. Y acostumbra a usarlo.


Poco se ha hablado de esta última declaración, el último punto que reza: “Esta orden ayudará a proteger el sistema financiero de Estados Unidos de los flujos financieros ilícitos de la corrupción pública en Venezuela”. Parecería ser que la lucha contra la corrupción fuera el sucedáneo de las presuntas “armas químicas” de Saddam Hussein y que se haya transformado –a falta de las rivalidades religiosas seculares, de los enfrentamientos de etnias y culturas que facilitaron el saqueo y la destrucción del Medio Oriente– en el expediente que el Pentágono ha encontrado para intervenir en América Latina.


Llama la atención que este expediente se use desde un país en el que hace escasos ocho años se disparó el escándalo de los préstamos “subprime” y de los billonarios créditos “swaps” concedidos por el Congreso y la Reserva Federal (FED) a través del “programa urgente de ayuda” (Tarp) para el “salvataje” del sistema financiero. Es sugestivo que Obama olvide que esa crisis (la de mayor volumen en la historia) fue largamente preparada –al menos desde 1991– a través de la revocación de cláusulas clave de la Ley Glass-Steagall, que desde la Gran Depresión prohibía a los bancos operar en el ramo de los seguros, desregulando operativas de riesgo que desembocarían en la quiebra de Lehman Brothers y en el posterior desembolso, por parte de la FED, de tres mil millones de dólares a la banca, a los que deberían agregarse 5,7 billones en garantía de inversiones primarias. Estas medidas contribuyeron a la concentración en el sistema financiero, particularmente en beneficio de entidades bancarias como J.P. Morgan Chase, Citigroup, la AIG, Bank of America, Morgan Stanley y Wells Fargo, precisamente los “amables donantes” que propiciaron la llegada a la presidencia de Obama. Como dice el antiguo refrán: “Lo tuyo me dices, ladrón de perdices”.


Irónicamente, la orden ejecutiva es emitida contra un país que no representa amenaza alguna para Estados Unidos, y que ha debido soportar paros petroleros y agroalimentarios, desabastecimiento, sistemáticas infiltraciones de paramilitares desde Colombia y, para colmo de males, un frustrado golpe de Estado contra el desaparecido presidente Hugo Chávez (2002), todo esto urdido desde Estados Unidos, con la complicidad de una oposición interna cerril y de los grandes medios de comunicación.


A por Brasil


Pero el verdadero objetivo de esta ofensiva no es Venezuela sino Brasil, que es la llave que permitiría el dominio del subcontinente.


Desde 1904, cuando Teddy Roosevelt comenzó a esgrimir el “big stick” que promovería repetidas intervenciones en el “patio trasero”, las decisiones políticas de la gran potencia estarían determinadas por el trust petrolero y particularmente por la monopólica Esso Standard Oil, dominada por el clan Rockefeller (titular de la mayoría del paquete accionario de J.P. Morgan, principal grupo financiero de Estados Unidos).


brasil


Decir dominar Brasil es, más precisamente, dominar la Amazonia, pulmón verde de un planeta expoliado, dueña de la mayor fuente de biodiversidad del mundo, con la mayor cuenca hidrográfica del orbe (reserva de 20 por ciento del agua dulce del mundo), regulador térmico del Planeta en el que está emplazada una riqueza evolutiva –el Banco Mundial de Genes estima en 16 millones y medio de bases moleculares de la vida– sumada a 60 mil especies arbóreas, pródiga en yacimientos de ucranio empobrecido, hierro, piedras preciosas, caucho, niobio (elemento raro y esencial para la aceleración de partículas y para las industrias navales y aeronáuticas). Elementos todos ellos que desde larga data están siendo objeto de la “biopiratería” de las grandes empresas de la biogenética, que están sustituyendo a los trusts petroleros en la toma de decisiones que afectan al enfoque geopolítico de Estados Unidos. Es que, entre otras consideraciones, el “fracking” de la industria petrolera se ha vuelto insostenible por las siderales cantidades de agua que requiere. Es así que al día de hoy, el río Colorado en tiempos de sequía no llega al mar y que en estados como Texas, California, Colorado, Utah y Wyoming el llamado “estrés hídrico” se haya vuelto insostenible, escaseando de manera dramática el agua para la agricultura y para la propia población.


Por eso, no puede extrañar que apenas seis días después de emitirse la orden ejecutiva de marras y a 73 días de que Dilma Roussef asumiera la presidencia, la rancia oligarquía brasileña, del brazo de la alta clase media, saliera a manifestarse en las principales ciudades de Brasil contra la corrupción descubierta en la estatal Petrobras, que diariamente tiene nuevas ramificaciones, como las cuentas no declaradas en el HSBC suizo, que involucra a notorias figuras del arte y el espectáculo, como Tom Jobim, Paulo Coelho o la familia del fallecido novelista Jorge Amado.


Si las comparamos con las movilizaciones de los sectores venezolanos golpistas, ambas tienen diferencias. Mientras en Venezuela el golpismo se expresa de manera violenta y es reprimido en consecuencia, las manifestaciones brasileñas se desarrollan en perfecto orden. Sin embargo, las consignas y pancartas que enarbolan hablan de un movimiento aún más reaccionario y golpista que el venezolano. No sólo se pronuncian en contra del gobierno y de la corrupción, sino que quieren volver al pasado, borrar con el codo los 30 años de conquistas del pueblo brasileño luego de la restauración democrática e ir incluso más atrás en todos los terrenos. Junto a pancartas que recurren al idioma inglés para reclamar: “We want military intervention now”, se agrede a figuras consulares de la educación popular: “Chega de doutrinacao marxista. Basta de Paulo Freire”. A su carácter improvisado, el movimiento de las élites agrega un ultramontanismo desaforado.


Pero veamos por un momento los planes estratégicos del ejército al que se apela, que visiblemente ya no es el de 1964.


La protección


El tema del control de la Amazonia ya hace rato que forma parte de la nueva estrategia de defensa y de los estudios militares de Brasil. Incluso en 2013, el control militar sobre la zona se reforzó con la creación de un nuevo comando militar, que se suma a los siete ya existentes. El mismo, el Comando Militar del Norte (CMN), estará desplegado en la región del nordeste a lo largo de los 2,2 millones de kilómetros cuadrados que se extienden desde el trifinio que conforma la frontera entre Brasil, Guyana y Venezuela en el tepuy Roraima. Este nuevo comando se agrega al de la Región Amazónica (CMA), con vértice en la Piedra del Cocuy, otro trifinio donde conectan las fronteras entre Colombia, Venezuela y Brasil. El CMA custodia la zona amazónica occidental, de donde provenían las amenazas dispuestas a través del Plan Colombia y la Iniciativa Regional Andina, proyectada para presionar la frontera amazónica desde Perú y Ecuador. Consiguientemente puede decirse que se trata de un espacio inmenso, ya que abarca 8.187.975 km2 en la Amazonia mayor y 5.147.970 km2 en la Cuenca Amazónica, irrigada por el Amazonas y el Orinoco


venezuela


De la manera más cínica, el propósito de dominar la Amazonia ya había sido enunciado por George W. Bush en 2001, en ocasión de la Cumbre de las Américas, la misma en la que lanzó la iniciativa del Alca, en la que aseguró “estar comprometido a utilizar la Ley de Conservación de Bosques Naturales (Tfca, por su sigla en inglés) para ayudar a los países a dirigir sus pagos de la deuda hacia proyectos locales de protección de la biodiversidad y de los bosques tropicales”.


Más brutalmente lo expresó la premier británica Margaret Tatcher: “Si los países subdesarrollados no consiguen pagar sus deudas externas, que vendan sus riquezas, sus territorios y sus fábricas”.


Es decir, este diseño estratégico no es de hoy. Ya habían advertido sobre el mismo los presidentes Hugo Chávez Frías y Lula Da Silva en el transcurso de la sesión del Tratado de Cooperación Amazónica, celebrado en setiembre de 2004 en Manaos.


La intrusión del tema amazónico en la geopolítica de Brasil ya está presente en sus tres autores clásicos: Everardo Backheuser, eminentemente “territorialista”; Golbery do Couto e Silva, que es el primero que desarrolla la idea de trascontinentalidad de Brasil y el capitán Mario Travassos, quien en 1930 escribiera lo que hoy es un clásico de la geopolítica brasileña (Proyección continental de Brasil), en el que escribe frases que a la postre resultarían zahoríes: “La cuenca amazónica representa una fuerza armonizadora, péndulo regulador de las oscilaciones de los territorios”. Al mismo tiempo advierte sobre “el desenlace de todo el drama económico que se prepara en el anfiteatro amazónico”. Medio siglo después, el tema sería retomado por el general Carlos de Meira Mattos, particularmente en su libro Uma geopolítica pan-amazónica.


Si bien la orden ejecutiva de Obama fue interpretada de manera diferente en los distintos países de América Latina (lo que se expresa en la declaración de la Unasur, que habla de “injerente-amenaza”, instando al presidente estadounidense a derogarla), la conciencia del peligro es generalizada. Las advertencias del presidente Nicolás Maduro de que Venezuela no va a ser una nueva Irak o una nueva Siria, pese a su tono alarmista no tienen nada de apocalíptico. Es más, quizá se queden cortas en la consideración del peligro que sobrevuela el subcontinente. Pero debe quedar claro también que si buscamos una homología histórica, bien podríamos decir que Venezuela es las Termópilas de América Latina, la vanguardia de la defensa de una amenaza que se cierne sobre el conjunto de la Patria Grande.


Por lo mismo, tampoco debe extrañar que el ex canciller uruguayo Luis Almagro haya sido electo presidente de la OEA. No lo ha sido sólo por sus propios e innegables méritos, sino también por haber sido el intérprete de la proyección ecuménica del ex presidente José Mujica, con su énfasis permanente en la mediación, en la articulación y en la integración latinoamericana. Tampoco debe extrañar que ni en Venezuela ni en Brasil la oposición institucional no haya acompañado el aventurerismo golpista. Saben bien lo que se avecina si se procesa una intervención desde el norte. Tal vez, sin quererlo, Barack Obama, con su escueta orden ejecutiva, haya hecho más por la unidad latinoamericana que las miríadas de discursos que se han pronunciado en los cónclaves destinados a tal objeto. Logró activar todas las alarmas, corroborando el dicho del poeta: “No nos une el amor, sino el espanto”.