Todo comienza un día de marzo de 1990, cuando Estefania Gutiérrez Lázaro, de 18 años de edad, practico el juego de la ouija con varios compañeros del instituto.
Justo en el momento en el que estaban practicando el juego, la profesora irrumpió en la sala y al observar lo que estaban haciendo, copio la tabla y la partió contra el suelo. De repente el baso, que había caído bocabajo, comenzó a llenarse de humo muy denso. Al cabo de unos instantes reventó y el humo de su interior fue inhalado por Estefania.
Desde esta experiencia, la niña, comenzó a tener enigmáticas convulsiones, estados alterados de conciencia en los que afirmaba observar figuras de gente que la llamaba, situaciones en las que su cuerpo parecía estar poseído… Durante seis meses visito varios centros de salud y hospitales y ningún medico pudo certificar la enfermedad que padecía. Al poco tiempo, el 14 de agosto de 1991 falleció en extrañas circunstancias.
Desde el día de su muerte, en su casa, en su habitación, comenzaron los fenómenos paranormales: las puertas se abrían y se cerraban solas brutalmente, los aparatos electrónicos se encendían y se apagaban y pequeños objetos decorativos parecían cobrar vida.
Al poco tiempo, la violencia de los incidentes fue en aumento: empezaron a ver sombras, figuras que les acosaban. La situación fue muy desesperada. Pero lo más extraño y sorprendente llega unos días después: una foto de Estefania estaba quemada y el marco y el cristal estaban intactos.
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