En Pekín existen alrededor de 6000 refugios antiaéreos, excavados debajo de las casas a partir de 1949, año de la fundación de la República Popular, cuando China estaba aislada y temía un ataque de los "imperialistas".

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Ahora, China es la segunda economía del mundo, tiene casi tres millones de millonarios y casi 300 megamillonarios en la lista de Fortune. Pero los refugios siguen ahí, y se convirtieron en un mundo subterráneo, donde viven y persiguen sus sueños cientos de miles de jóvenes y trabajadores inmigrantes, con increíble voluntad de ánimo.


Son quienes llevan adelante el sector servicios de la ciudad capital de la fábrica del mundo, pero que no ganan lo suficiente para pagar el alquiler de un departamento digno. Su hogar es una habitación sin ventanas de 10 metros cuadrados en los subterráneos de los grandes edificios. Algún sociólogo los llamó "las hormigas", pero para la gente son "la tribu de las ratas".


El lugar, uno de los 6000 de la capital, queda a 20 minutos del centro. Se llama Ding Fu Zhuang, "Aldea de la Felicidad Eterna". Se trata de un edificio rectangular de 11 pisos, gris como tantos. En la parte posterior, un cartel con la inscripción "refugio subterráneo", repetido también en inglés. Basta correr la tapa colocada para proteger la entrada del viento gélido, y se desciende por cuatro tramos de escalera, 34 escalones que conducen a una serie de corredores, para llegar a ese mundo de abajo, hogar de "la tribu de las ratas".


Según un estudio independiente, quienes para ahorrarse alquileres impagables y abusivos deciden vivir bajo tierra, en la oscuridad, sin calefacción, llegan a un millón, pero si se creen los datos del último censo oficial disponible, de 2014, serían "apenas 281.000". Las "ratas" no son feas ni sucias ni malas. Se trata en su mayoría de jóvenes con título, llegados desde el interior para probar fortuna. Tienen trabajos comunes: hay peluqueras, contadores, empleados de empresas de alta tecnología y hasta jóvenes profesores. Pero el sueldo de todos ellos es demasiado bajo como para permitirse pagar un alquiler normal: en este edificio tan feo, un monoambiente cuesta 2500 yuanes, o sea, unos 560 dólares al mes.


Es un poco riesgoso descender esos 34 escalones con una cámara fotográfica y un anotador en la mano, porque al que cobra el alquiler no le gusta nada la publicidad. Los pasillos son oscuros y fríos, pero limpios. A mitad de camino, se pasa por una puerta de acero cuyo picaporte está roto: hemos llegado al corazón del refugio antiaéreo.


En el fondo, se ve una luz proveniente de una garita, y en su interior, un tipo que come mirando televisión. Se trata del señor Wang, encargado del lugar, que mira con aire de sospecha. Le repito la historia que me sugirieron contarle: "Vivo en Pekín desde hace un año, ahora debo irme por un tiempo y necesito lugar para dejar seis o siete valijas y media docena de cajas. ¿Podrá ser?". Wang agarra una llave y camina unos pasas hasta la puerta con el número 002. Abre: "Acá tiene. La desocuparon hace poco". Hay dos literas y una mesa. No hay ventana. El cielorraso, bastante bajo. Serán unos 10 metros cuadrados. "¿A cuánto?" "Son 450 yuanes [67 dólares] mensuales, sin anticipo." "¿Es seguro?", pregunto.


"Acá vive sólo gente tranquila, empleados de oficina o gente que hace trabajos manuales", dice Wang. "¿Y cuántos son?" "Mire, los corredores son largos y hay muchas habitaciones. Unas noventa familias, así que serán unas 100 personas." "Listo, entonces, lo veo mañana y traigo el dinero." "No se duerma, mire que hay mucha demanda."


El encargado guardia vuelve a su comida y entonces tenemos oportunidad de dar una mirada más en detalle. Un cartel enorme advierte sobre las infracciones: nada de mantas eléctricas, nada de hervidores de agua ni ollas de presión. Todas las puertas tienen número. Los baños comunes fueron limpiados esa misma mañana, pero hay que tener estómago para animarse a entrar.


Es mediodía, los habitantes del "hogar de las ratas" están en sus trabajos, pero por una puerta entreabierta puede verse la cara de una joven. Come sopa de arroz fría. Sonríe y nos deja entrar. "Me llamo Liu, tengo 24 años. Llegamos de Henan hace siete meses con mi marido. Somos programadores de computadoras. No ganamos mal. Pero ahora estoy embarazada, por eso me quedo en casa."


La casa de Liu en este subterráneo cuesta 700 yuanes al mes, "porque está incluida la luz y la conexión a Internet". No hay calefacción. Yo llevo campera y bufanda y me estoy congelando lo mismo. Dicen que uno se acostumbra en poco tiempo. "No somos diferentes al resto. Nos vestimos como todo el mundo, pensamos como todo el mundo, y dentro de unos años, cuando hayamos ahorrado lo suficiente, también nosotros viviremos arriba, a la luz del sol."