martes, 31 de diciembre de 2013

Justin Bieber salvado por la jubilación (0 puntos)


6. Convertir su vida en un reality. O peor: hacer un programa de cocina. Es fácil pensar que tu vida tiene interés las 24 horas del día cuando has vendido más de 15 millones de discos antes de cumplir 19 y tus fans son marca registrada y se organizan mejor y con más saña que el ejército israelí. Pero dejar que las cámaras entren en tu casa y te guionicen el día a día marca tu fin como músico (o cantante, o artista, lo que sea que sea Justin), momifica tu fama en el lado amarillista para siempre. Hoy, cuando dices Ozzy Osbourne, el grueso del público piensa en un tipo con tembleques al que torean sus hijos malcriados y sobrealimentados, no en Paranoid. Cuando dices Alaska, solo los de treintaylargos recuerdan a Los Pegamoides, los demás ven a la madre de Mario Vaquerizo.


Caer más bajo es llamarte Snoop Doggy Dog, haber sido el padrino del g-funk y acudir al programa de cocina de Martha Stewart a cocinar puré de patatas y unos brownies.


5. Volverse adicto a la cirugía estética. O peor: padecer el Síndrome de la Señora Mayor. No hay forma de envejecer dignamente, abrazar los propios michelines y honrar las canas si uno se encuentran bajo el foco permanente de la opinión pública. Cuando el dinero abunda, uno corre el riesgo de ponerse en manos del cirujano para unos ligeros retoques y acabar enganchado al bisturí. Por algún motivo, es una adicción especialmente cruel en los hombres –piensen en Mickey Rourke, pero solo un momento–, que puede desembocar en el Síndrome de la Señora Mayor, también conocido como Síndrome de Pertegaz, en el que la huida de la testosterona y el apego al look de juventud hace que hombres en edad de pensionista, como Steven Tyler o Paul McCartney, parezcan sus propias hermanas mayores.


4. El extravío Corey Feldman. O peor: el delirio Phil Spector. O cuando las prerrogativas en especias que te proporciona el estrellato ya no te parecen suficientes. El sexo casual forma parte de la rutina de la estrella del pop, de manera que en ocasiones la búsqueda de nuevas emociones puede sacar el lado oscuro de la celebridad. Spector, uno de los más célebres productores de la historia del pop, aprovechó su ascendencia sobre jóvenes aspirantes a artista para encamarse con unas cuantas y someterlas a vejaciones que incluían la ostentación amenazante de armas de fuego. En 2003, el perverso juego acabó con la vida de la actriz Lana Clarkson y con él entre rejas.


El caso de Corey Feldman es menos dramático, afortunadamente: el protagonista de Los Goonies no consigue dejar atrás su imagen de niño gracioso y su relación de amor-odio con Michael Jackson e imponer su yo adulto, así que ha decidido convertirse en una versión low cost de Hugh Hefner, con su propia corte de conejitas, llamadas Corey’s Angles, y sus fiestas decadentes en la Feldmansion.


3. Acabar en un libro de Chuck Klosterman. O peor: que Greil Marcus escriba sobre ti. En Pégate un tiro para sobrevivir, el periodista Klosterman recorre los Estados Unidos visitando los lugares donde las grandes leyendas del pop y del rock pasaron a, eso mismo, ser leyendas, de forma trágica: allí donde se estrelló el avión de Buddy Holly, el cruce de caminos donde Duane Allman perdió el control de su moto o el meandro del río Mississippi en el que se ahogó Jeff Buckley.


Greil Marcus, en cambio, le pone algo más de circunspecto sentido académico a su estudio de la cultura popular, de manera que ser objeto de uno de sus ensayos, como lo han sido los Sex Pistols, Bob Dylan o Elvis Presley, supone definir una época, lo que hoy en día solo puede ser para mal.


2. Unirse a la iglesia de la Cienciología. O peor: formar su propia secta. El sexo es una forma de trascendencia, y viceversa, de modo que no es raro que quienes han alcanzado la cima de la cadena trófica socioeconómica busquen un significado superior a su estancia en este valle de lágrimas. Pero como Tom Cruise o John Travolta podrían corroborar, ser cienciólogo conlleva un arduo trabajo de proselitismo soterrado, y poner al fin y al cabo tu arte al servicio de la causa.


Bieber, se puede argumentar, ya tiene su iglesia de facto, y sus designios provocan el éxtasis y la mortificación en masa, de modo que esta amenaza ya es casi una realidad.


1. Madurar como artista. O peor: encontrarse a sí mismo. Es la gran falacia de la modernidad, un discurso retórico, residuo de la pseudofilosofía new age, recurrente no solo entre los artistas que lo único que suele significar es que la fuente se está secando y acucia la necesidad de expandir nuevos horizontes comerciales. Acentuado por la necesidad de movimiento perpetuo que impone el capitalismo, se trata de crear expectación porque estarse quieto no vende. Nada muy diferente a anunciar que uno piensa dejar el negocio para que lo echen de menos sin haberse ido.







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