Terminada la Copa del Mundo de Francia 1938, la FIFA tenía un gran dilema. La petición del Tercer Reich para organizar el Mundial de 1942.
Aunque el pugil Max Schmelling era un icono del deporte alemán, la selección de fútbol fue como un elemento publicitario, se había fortalecido con jugadores austriacos. Además, los recientes Juegos Olímpicos de Berlín 1936 sustentaban el deseo nazi de ser el epicentro deportivo del planeta.
Un delegado, Franciaco Bauwens, se encontró cara a cara con Jules Rimet, el presidente de la FIFA, para obtener una respuesta definitiva. Justo en esos días estalló la Segunda Guerra Mundial y, aunque en un principio se deseó continuar con el fútbol, se canceló el congreso en Luxemburgo en 1940 y, por ende, el Mundial de 1942.
Las ligas del Mundo siguieron su curso, pero esos años beligerantes afectaron a varios jugadores que en pleno apogeo no podían participar en un Mundial.
En Argentina, Boca Juniors y, sobre todo, River Plate dominaban el panorama. Uno de los mejores jugadores del Millonario, José Manuel Charro Moreno era el ídolo, mientras Herminio Masantoni, jugador del humilde Huracán de Parque Patricios, era el máximo goleador.
Durante este periodo, en Uruguay, Nacional salió cinco veces campeón y en México se respiraba todavía la época romántica del balompié: se anexaban los clubes del occidente como el Oro, el Jalisco y el Guadalajara a las competencias contra los grandes equipos españoles y el ídolo Horacio Casarín era fulminado a patadas por el Asturias jugando para el Atlante; un grave incendio en la Ciudad de México acabaría con la mitad del Parque Asturias.
En España, el Barcelona y el Madrid se encontraron con un nuevo equipo grande, el Atléti de Aviación, que más tarde serían conocidos como los colchoneros. El portero más conocido de ese país, Ricardo Divino Zamora, en la última etapa de su carrera, vio frustrada la posibilidad de jugar un Mundial, lo mismo que César Rodríguez, el delantero estelar del Barça, y Telmo Zarra máximo anotador en la historia del fútbol español.
En Brasil se suspendió la liga, igual que en Inglaterra, que era parte activa de los aliados. Mientras tanto, en Italia, la divina generación del Torino, con jugadores que eran bien conocidos por el entrenador Vittorio Pozzo, era la dominante hasta que se suspendió el campeonato porque su país era aliado incondicional de la Alemania nazi y grandes jugadores como Romeo Menti, Valentino Mazzola y Ezio Loik se quedaron sin ser mundialistas.
Ninguna otra guerra generó tanto caos en el mundo. Por aquellos años Alemania no era la selección poderosa de hoy en día. Al apoderarse de Austria, Hitler ordenó que los mejores jugadores se anexaran a la selección alemana, sobre todo Matthias Sindelar que era el futbolista más importante de Europa jugando para el Viena y pretendido cientos de veces por el Manchester United.
El partido amistoso para darle la bienvenida a estos jugadores fue alterado por un telegrama a las autoridades deportivas que rezaba: “Sindelar se muestra reacio a acudir a las manifestaciones del partido y amistoso de los judios”.
Los alemanes lo querían a toda costa. No olvidaban que en 1939 Austria los había derrotado por partida doble, primero en Viena 5-0 con tres goles de él y después en Berlín 0-6.
Matthias Sindelar fue encontrado muerto en la cocina de su casa junto a su mujer italiana de origen judio Camila Castagnola. El reporte indicó que fue por inhalación de monoxido de carbono pero todas las sospechas apuntan a que los soldados alemanes los aniquilaron.
Otros jugadores ucranianos que fueron base del Dinamo de Kiev formaron un equipo que venció a los alemanes. Semanas después fueron arrestados y torturados por la Gestapo.
A causa de la Segunda Guerra Mundial, las selecciones nacionales perdieron actividad tras la pérdida de dos ciclos mundialistas. Si bien el conflicto bélico fue de 1939 a 1945, el tiempo de vacas flacas se alargó de 1939 a 1949. La Copa del Mundo volvió en 1950 y Brasil fue el país anfitrión.
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