La Iglesia post-conciliar y los teólogos del progrerío más acusado, creían que hablar del infierno iba a mermar su credibilidad y que le iba a salir la cara de madrastra. Ya dijo Juan XXIII que era preferible el bálsamo de la misericordia. Y efectivamente hablar el infierno no es precisamente un bálsamo, sino una amenaza para la tranquilidad de las conciencias de los cristianos. Aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, pero eso no tiene importancia. Son añadidos posteriores (dicen ellos), de algunos aguafiestas –que siempre los ha habido en todas las épocas–, para impedir que los cristianos sean felices y vivan la alegría del Evangelio. Y se quedan tan panchos.
Resulta mucho más fácil decir que Dios perdona y que no hay problema. El infierno son los otros, dijo el cínico de Jean Paul Sartre. El infierno no existe, dijeron los teólogos-vividores apóstatas; el infierno está vacío dijeron otros vividores más comedidos… Y así, un manto de silencio cayó sobre este lugar de perdición.
Claro, con estos prolegómenos, vaya usted ahora a decirle algo a los jóvenes que estudian teología o al hombre de la calle, ese que pontifica sobre lo divino y lo humano después de haber leído un artículo de El País o de haber visto un documental sobre el infierno en alguna cadena televisiva, o de haber leído alguna obra de Pagola, o haberse conectado a periodistadigital, o haber asistido a alguna homilía en alguna catedral. Es igual. Se ha decidido que el infierno no existe y no hay más que hablar.
Mis novicios progres se niegan a reconocer su existencia y dicen que la Iglesia en cierto modo ya lo ha declarado de forma definitiva. Bueno, la verdad es que casi tienen razón, porque nadie habla ya de eso.
Sin embargo, la pasada semana recibí una alegría monumental al leer los sermones del Papa Francisco. En este caso, se trataba de una homilía en una parroquia de Roma, en la cual se hacía un homenaje a todas las víctimas de la mafia, esa plaga que durante muchos lustros viene sacudiendo a la sociedad italiana. Vean lo que dijo el Papa:
“Nosotros rezamos por vosotros, convertíos. Os lo pido de rodillas, es por vuestro bien. Esta vida que vivís ahora no os dará placer, no os dará alegría, no os dará felicidad. El poder, el dinero que tenéis ahora, de muchos negocios sucios, de muchos crímenes mafiosos, el dinero ensangrentado, no podréis llevarlo a la otra vida. Convertíos. Todavía tenéis tiempo para no acabar en el infierno. Es lo que os espera si continuáis por este camino”.
Tanta alegría me produjo leer y escuchar estas palabras, que inmediatamente llamé a mis novicios para decirles que ya ven que al final tenía yo razón: el infierno sí que existe, al menos ya para los mafiosos, a no ser que todos se hayan arrepentido antes de morir, como muy bien les indica el Pontífice. Por fin el Papa habla del infierno como algo concreto, a donde pueden ir almas concretas. Es lo que siempre dijo la Iglesia, qué caramba.
Mis pobres muchachos estaban al principio desolados, pero me dijeron que estas palabras las tiene que haber dicho el Papa acuciado en estos momentos de dolor ante las familias; que no ha hecho otra cosa que aprovechar una oportunidad para hacer ver la malicia de la Mafia. Yo les hice observar que no creo que haya hablado el Papa por un motivo oportunista, pensando que iba a agradar a sus oyentes y consciente de que eso de que los mafiosos van al infierno, cae bien entre las multitudes de fanáticos ardientes. No le pega al papa Francisco hablar pensando en agradar al auditorio. Pero el caso es que no he podido convencerles de ello y se han largado a su concierto de rock religioso, sin darme la razón.
Luego, al quedarme solo en mi celda, he sopesado sus argumentos y creo que tienen razón mis novicios. Es la primera vez que se hace alusión a que alguien pueda ir a parar al infierno, pero no lo he escuchado hasta ahora referido a los sodomitas, ni tampoco a los políticos corruptos, ni a los gobernantes que han firmado leyes del aborto (sean de sangre real o de sangre plebeya), ni a los mentirosos, ni a los adúlteros, ni a los que destrozan a los jóvenes con sus impurezas, ni a los que niegan a Dios, ni a los blasfemos que pisotean lo más sagrado, ni a los perjuros de toda calaña, ni a tantos otros que han hecho del pecado su bandera y su orgullo, como los que se autotitulan del orgullo gay. Aquellos que decía san Pablo que su Dios era el vientre y su gloria, sus vergüenzas. Por lo visto, ninguno de éstos puede ir al infierno y no merece la pena advertirles de tamaño peligro.
Tengo que concluir que sí; que ha sido una declaración oportunista. Así que he vuelto a ponerme triste de nuevo. Aunque supongo que todos los que tanto proclaman su fidelidad a Francisco, le seguirán inmediatamente y le imitarán con presteza. Estoy seguro de que de aquí a pocos días, los obispos vascos en pleno, advertirán a los terroristas de ETA que si no se arrepienten van a terminar en el infierno. Una declaración en este sentido de los obispos Setién, Uriarte e incluso los pacíficos Iceta o Munilla, sería demostrativa de su fidelidad al Papa. Como lo sería también alguna advertencia cariñosa al mundo gay de que por ese camino acabarán en el infierno, hecha por algún Obispo.
Pero claro, depende de la oportunidad. Como siempre, es oportuno lo que ayuda al oportunismo. Y no es oportuno lo que no es aclamado por las masas tontorronas.
Desde luego, al menos, ya sabemos que el infierno existe y está poblado… aunque de momento sólo por mafiosos. Vamos a ver si se va llenando. Todo se andará.
Me he sumergido en mis oraciones en la celda y he vuelto a repetir aquella oración que antes era orgullo de la Iglesia y que todo niño aprendía bien pronto: También me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia….
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