La miseria múltiple, la desgracia afecta de varias maneras. Puede o no extenderse a lo largo de toda la vista, a lo largo de la vida tal vez. Mi agonía presente luego de empezar a deslumbrar toda las emociones que desperdicie tiempo atrás, todo el amor que tontamente no quise aceptar esa gran persona el amor mío que simplemente dañe y deje pasar. Mi nombre legal es Sebastián, el de mi hermano y familiares, no lo diré. No hay lugar más acogedor, oscuro, lúgubre y normal que mi pequeña habitación en la cual paso largas jornadas resolviendo puzles aritméticos, teoremas, problemas y demás que conseguía en aquellos fugaces momentos en los cuales solía salir al exterior. Existe sin embargo, un recuerdo que no quiere abandonarme, con la memoria como sombra, vaga invariable, indefinida, irregular, sombra que he de ver hasta que, la oscuridad de mi ser sea iluminada. Ese lugar tan mío, puede que hasta halla pasado más de una vida en él, todo llamaba la atención… esas innumerables tazas con restos de café, todos los muros repletos de ejercicios, números, letras, suma, restas, multiplicaciones, divisiones. Puede que malgastara mi vida en la matemática, o en algunos libros, toda mi virilidad una simple ilusión con toques de fantasía, todos esos sueños y recuerdos en los que te pedía ser uno solo, esa atracción fatal. Mientras que los locos pensamientos de la tierra de los sueños se convertían, a su turno, no en el alimento de mi vida diaria, sino en mi vida misma.
Francisca y yo éramos compañeros inseparables, aun no sé cómo o el porqué de su afición con mi entidad. De ojos colores café, hermosa, agradable y con largo cabello castaño, increíble forma de ser, una gran inteligencia y un punto de vista totalmente contrario al mío, cualidades que me llaman la atención de la mujer, que yo quiero para toda la vida. Criados diferentes yo incrustado en mi soledad, tristeza y demás, ella al contario llena de vida, soñadora, esperanzadora, desbordante de energía; vivía en mi propio corazón.
Entre los desahucios de mi memoria se agitan más de algún tormentoso recuerdo, su imagen frente a mí, perfectamente similar a sus primeros años de goce total. Su hermosa cara y su hermoso pensamiento que en aquel entonces guardaba una estrecha relación conmigo, lamentablemente el tiempo y mi personalidad término por separarnos. Esta historia no ha de ser narrada.
Una enfermedad cae sobre su cuerpo, una fatal enfermedad que cae sobre su alma, apoderándose muy de a poco de su carácter, felicidad su ánimo, de una manera sutil, hasta su bella identidad personal.
En paralelo mi propio mal avanzaba, me han dicho que lo llamase así, esa atención sobrenatural que deja de ser racional a toda una vida, la incapacidad de en su momento de amar. Me hundía en la observación de los objetos más comunes del universo, horas y horas sentado frente a mi escritorio, aquel que ha soportado años y años lleno de borrones y cálculos; horas mirando las innumerables hojas que mantenía pegadas a la pared.
Quedar quieto, absolutamente quieto durante la mayoría del día, un día de verano… viendo monótonamente mi lapicera, sentir su perfume quedar pensando en todo lo que podría haber pasado y solo lo desperdicie, simplemente porque soy una persona que no sabe amar, y que simplemente no aprenderá nunca a amar. Viviendo una fantasía mental, única que era el sustento de mi entonces vida.
Tratare de no hacerme comprender, creerán que por mis agudas observaciones pueda ser una persona de ardiente imaginación… sí y no. El don de la palabra es algo que no he de cultivar nunca, pero si se me daba mejor el don que tenía para utilizar ese objeto, tan común tan importante un mísero teclado, la diferencia de palabras, su elaboración, bañados por una fascinante tipografía eran un poder que solo recaía en mis manos, mi comunicación solo ha de ser escrita.
Trato de estar con ella luego de clases en el liceo, ese silencio ensordecedor, esa tranquilidad donde abunda el desorden. La espero en la parte más alta del recinto. Miro tranquilo en cielo y observo tranquilo la ciudad, ya más tarde aparece ella, tan linda con su pelo castaño oscuro y aún más importante esos ojos café. Sin palabras la miro directamente a los ojos, le toco la cara, retiro su lindo cabello de su linda cara, observo su expresión, me acerco muy de a poco hacia sus exquisitos ojos, me acerco más y más a solo medio centímetro de sus cándidos y rojos labios, la beso en la frente, me retiro en completo silencio, en completo anonimato.
Luego en una esquina me digo a mi mismo – ella es tu salvación, un milagro, no la dejes ir, las cosas importantes se hacen con tiempo, no se apuran, no se presionan – sentado muriéndome de ganas de besarla, la noche cae sobre la ciudad.
Una tarde más noche que de día, logro encender mi viejo ordenador, y a la vez quizás algo mucho más importante las ganas de hablar con ella y disfrutar de su “presencia”. Suerte o no, mi lista de contactos –solo meros contactos-, no incluían hasta ese entonces a mi lindo amor, pero siempre me ha seguido una suerte maldita, la misma que me sigue a todo lugar como una condenada sombra… una “linda” suerte. Espero algún intento de comunicación por su parte… no lo encuentro, tengo que comenzar yo, con un frio, falso e hipócrita - ¡Hola! ¿Cómo te encuentras? - ella – Bien, gracias -, le pregunto – ¿deseas pasar algún tiempo juntos? – a lo que me responde - ¡NO! -. En un ataque de furia colérica golpeo el teclado contra un librero con todas mis fuerzas, todas las teclas vuelan libres por el recinto, maldita internet.
Lo que mato el poco y nada amor de Francisca, fue cuando quedábamos en juntarnos, en persona, un hecho de inimaginable importancia para mí, una última frontera, el contacto humano. Ella aun callaba con su enfermedad, no mortal por ahora, me miraba afanada, hablando, hablando miles de palabras sin sentidos para mí, me encontraba todos los días, todo el momento en que pasábamos juntos observándola, nutriéndome con sus maravillosos ojos color café, todo lo lograba entender solo mirándola en sus ojos, mi reflejo en un espejo nunca me ha agradado, diferente es cuando miro sus ojos el espejo de su alma y la mía junta.
Al momento de su muerte acostada en el pasto, en una plaza pública la miraba, no decía nada, ella no podía decir nada, todo me lo dijo con sus ojos, o eso quiso intentar.
Unos segundos de total silencio, comienza a escupir y a lanzar sangre de la boca solo la miro, ese color rojo pasión llena su linda cara. Adiós amada mía, me habla solo con el movimiento de sus extraviados ojos. Tomo sus manos, siento latir muy de cerca su corazón, lamentablemente por primera y última vez, trato de pronunciar palabras al azar pero solo puedo decir, te amo, te amo, lo siento. Le doy el beso final.
Ese momento en que sus ojos se apagaron ese momento en que dejo de vivir, ese momento en que se llevaron lo único que me mantenía lucido por las noches, eso que nunca he de ¡recuperar¡, día y noche pensando en sus ojos, largas jornadas sentado en mi entonces liceo mirando al vacío esperando encontrar sus bellos ojos. Sus ojos estaban aquí en todas partes, ese recuerdo borroso de aquel momento, todo nublado por mi propio mal.
Luego del momento de darle sepultura, me acerco a la necrópolis municipal donde todos algún día terminaremos, todo oscuro, no se ve ni siquiera mi nariz, negro, negro me dirijo hacia el ataúd lo abro y creo… Que hay están esos maravillosos ojos… uso todas mis fuerzas… saco mis manos me recompongo por lo que ha pasado. Me encuentro solo en la calle me veo mis manos… rojas, rojas ese rojo metálico que solo podía ser por la sangre derramada de mi amada y sus bellos ojos.
Era hora de entrar al liceo, mismo en el cual hablaba y trataba de compartir con Francisca, pero algo terrible ha de ocurrir, he dejado el ojo de ella en mi bolsillo… pienso – ¿¡Cómo pude haberme olvidado del ojo!? Me dirijo hacia el baño y no puedo separarme de él, una sustancia blanca y muy pegajosa atenta contra mi perfecto crimen. Surge una pésima idea… exprimo el ojo hasta reventarlo y así poder lavarme las manos, como de costumbre no hay agua solo dejo caer la sangre, además de un líquido negro sobre el lavabo, quieto me miro al espejo esperando ver en mis ojos negros un poco de alma, un poco de apoyo, perdón y no solo soledad, con la mirada fija en el horizonte observando el espejo, observando la puerta una salida fácil aunque no la mejor, entra un hombre y me mira asustado, - lo ha visto todo – pienso… me acerco muy lentamente a él con un cuchillo y este espero que sea el gran final.
Nuevamente dejo gotear mi sangre y la de los demás en el ya rojo lavabo, en eso otro hombre entra, el mismo procedimiento.
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