Casi siempre retornaba a Rosario con más dólares de los que se había llevado que, sólo una vez, declaró en la Aduana. El póquer configuraba un escape a la rutina diaria, que no era la monotonía de una oficina del centro de esta ciudad, sino de un laboratorio de cocaína que manejaba con su familia en una casa de una zona residencial de Funes, una localidad cercana a Rosario, que absorbió durante la última década importantes desarrollos inmobiliarios y countries de alta gama. En ese lugar, a principios de septiembre pasado, la Policía Federal se incautó de 300 kilos de cocaína y pasta base.
En un chalet de colores pastel, rodeado de árboles, con una pileta de natación y una cabaña de madera para los chicos, los Zacarías tenían capacidad para producir media tonelada de cocaína por mes, que, a través de otras redes del narcotráfico, se distribuía en búnkeres -bocas de expendio de estupefacientes- de Rosario. Se movían en ese universo del narcotráfico sin armas ni usaban la violencia. Se lo facilitaba la protección policial con la que contaban. La organización tenía el aspecto, según se desprende del expediente al que tuvo acceso LA NACION, de una pyme familiar, con una división de funciones y tareas que la dotaba de cierta eficiencia. Delfín era la "cabeza" del grupo, y se ocupaba de articular la provisión al por mayor de la droga y de conseguir los precursores químicos, materia prima elemental para elaborar el clorhidrato de cocaína.
Un punto clave en la investigación, que llevó adelante el fiscal federal de Rosario Juan Patricio Murray y que terminó con la detención de 12 personas el 5 de septiembre pasado, fue el seguimiento que hicieron los investigadores de la Policía Federal a Zacarías, cuando fue a buscar -un día antes de su captura- con su camioneta VW Amarok a un galpón en Don Torcuato 2000 litros de acetona, que adquirió por $ 340.000. Esa sustancia química se la vendió Hugo Silva, su hermano Alfredo y su sobrino Javier, que la retiraron de la empresa Alconar SA, en Grand Bourg, provincia de Buenos Aires.
Tras cargar el "gasoil", como le llaman a la acetona en las escuchas telefónicas, Zacarías retornó a Rosario y se encontró con su mujer, Sandra Marín, y su hijo Joel en el estacionamiento de una estación de servicio, en Circunvalación y Córdoba.
Allí cambiaron los vehículos. Delfín se llevó el Toyota Rav 4 y Sandra se subió a la Amarok, donde estaba el cargamento de acetona, para dirigirse hasta el chalet en Funes, acompañada de cerca por su hijo, que se trasladaba en una Ford Ranger. Después de bajar los 40 bidones, madre e hijo se pusieron a "cocinar" cocaína. A las 19.35, Joel recibió una llamada: "Esperame un toque que estoy trabajando con mi vieja", contestó, según figura en el expediente. Un par de horas después el propio Delfín llamó al proveedor de la acetona para quejarse de la calidad del producto. "El motor no agarra; no puedo terminar la ropa", le dijo.
Flavia, hija de Delfín Zacarías y Sandra Marín, llevaba la administración y la parte contable del laboratorio narco desde su departamento en Rodríguez 1065, en pleno centro de Rosario. Esta joven de 24 años era "la encargada de llevar los papeles de la organización y pagar las cuentas porque muchos bienes de la familia estaban a su nombre". Y además era el "enlace" entre su padre y "el ingeniero", un hombre con acento boliviano o del norte del país que figura en la causa como el proveedor de la pasta base de cocaína. En la organización no sólo participaban los hijos del matrimonio Zacarías, sino también sus parejas. A Ruth Castro, ex mujer de Joel y madre de la nieta de Delfín, le encontraron en los allanamientos paquetes de cocaína y balanzas en su casa en Granadero Baigorria.
Y aparece en una conversación telefónica que involucra a dos policías, uno de la Federal y otro de la policía santafecina. Un tal "Diego" (que se sospecha que es un alto jefe de la policía santafecina) le "pasa un mensaje" de He-man -cuyo apodo sería el de un integrante de la Federal- que ordene "cerrar las persianas de los búnkeres" de la zona norte porque se iniciaban operativos antidroga.
La pantalla del laboratorio de cocaína era la empresa de remises Frecuencia Urbana, de Granadero Baigorria. Pero Zacarías hizo todo lo posible para no pasar inadvertido con el dinero que gastaba. Hace un par de años empezó a construir una mansión frente al río, en San Lorenzo, y un megagimnasio, cuyo proyecto era de más de 6500 metros cuadrados. El lugar que eligió también llamó la atención: una zona semirrural, sin mucho sentido comercial, en la que se iba a destacar con mucha intensidad el edificio de seis pisos. Ese estilo de vida empezó a disparar sospechas.
Como esas construcciones infringían el código urbano de esa ciudad, el Concejo Deliberante le dio una excepción para que pudiera edificar. A cambio, Zacarías prometió "apadrinar" la construcción y el mantenimiento de una plaza y financiar el alumbrado público de nueve cuadras, con cordón cuneta incluido. Prometió, además, que iba a hacer las gestiones para que en el predio se instalara un local de McDonald's y una cadena de cines internacional.
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