Tipo de pueblo.

Sobre la gente del interior y de la ciudad (tipos de tipos)

Es fácil detectarlo pidiéndole que diga “los ojos”. Vas a notar que no puede evitar decir lojojo. No le gusta nada que le digan que es del Interior, él es “de la provincia”. Vive tomando mate. Tiene paciencia para soportar que todo el mundo le diga: “Ah, ¿sos de Lobos? ¿Conocés a fulano?” y decir que sí, que lo conoce. Todos los fines de semana largos lo llaman los padres a decirle que “no se cuelgue con los pasajes, que los saque con anticipación”, pero él siempre los saca a último momento y termina viajando en horarios de mierda. Nunca se pelea. Tiene el mismo par de alpargatas hace 9 años. Tiene su propio cuchillo. Hace asados. No se queja de nada, vive con sueño porque le falta la siesta.

Tipo de barrio.

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Si no está con el overall del laburo, tiene una camiseta de su club. Las de entrenamiento –y trucha-, las de partido originales son de careta. Se la banca. Cuando llega al barrio saluda a todos, y su grupo de amigos incluye pibes de 9 a 50 años. Le gustan “los fierros” y es el único que te pregunta si sos de Chevy o Ford aunque te chupa un huevo. Se la pasa juntando gente para “ir a jugar a la pelota”. Puede jugar al fútbol usando medias como pelota y dos buzos de arco. Cuando vuelve al barrio la casa la tiene al pedo, vive pelotudeando en la esquina. Metegol y birra, el mate es para paisanos de boina. Tiene más peleas encima que el Luna Park. Tiene códigos: las minas de los amigos tienen bigotes, con la vieja no se jode y con el domingo tampoco: o asado o se pudre todo.


Tipo de ciudad.

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El “porteño”, por que es la única ciudad del país -el resto son grandes pueblos crecidos en altura-, es un ser humano especial que vive en sociedad pero no se comporta como si así fuera. Su vida está en el celular pero, a pesar de eso, es tan mala persona que ni le contesta los llamados a la madre. No le gusta el colectivo, un verdadero hombre de ciudad viaja en subte (el bondi es para proletarios del conurbano). Lee el diario, pero sólo si es gratis. Traje, corbata y ayunas hasta llegar, tarde, al laburo. Al mediodía tubazo al pibe del delivery y todos los días un sándwich de lo que mierda sea, da igual. El sábado, fútbol con los chicos en algún torneíto de Zona Norte. Miércoles y jueves, after office. Viernes alguna peli trucha que compró sobre Florida. Sábado reviente, obvio. El lunes, a contarles a los chicos de la ofi sobre “lo borracho que estuvo todos los días anteriores”.


Tipo de provincia.

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No importa si es cordobés, mendocino o uruguayo: vive diciendo que acá no se puede estar tranquilo. La enemistad no se termina nunca: los porteños son una mierda. Ni se gasta en corregirlos y su cabeza vive en su provincia. Haga lo que haga va a pensar siempre lo mismo: porqué mierda me vine a estudiar acá. Cuando dice que es de Corrientes capital, le rompe las pelotas que le pregunten si conoce a alguien. “Es una ciudad grande”, dice con las pelotas rotas. “Y no nos conocemos entre todos”, agrega marcando una fuerte –aunque insignificante- diferencia con el pibe de pueblo. Es imposible ubicarlo en el celular, siempre tiene el Nokia 1100 apagado, no puede entender como “los porteños de mierda” viven con el culo enchufado a un telefonito que sale más caro que la casa en Concordia con la que él siempre soñó. “Para que quieren fotito, camarita, y todaesacosa, yo sólo necesito llamar”, suelen decir.